Kristin Suleng
30 OCT 2013
Laura Gassó redescubrió hace tres años la historia de su padre en una
vieja y polvorienta caja de zapatos guardada en un trastero. En su
interior, se deshacía al tacto un manojo de hojitas manuscritas
desgajadas. “26-05-1942: Comienza a agudizarse el hambre. Cojo este
diario con el fin de no comerme todo el pan, que ya he reducido a la
mitad”, se leía en uno de los amarillentos papelitos escritos a lápiz.
El autor era Antonio Gassó, de 23 años, piloto de caza republicano
recluido en los campos de concentración del norte de África. Gaskin,
como le apodaron en un curso de aviación en la URSS, dejó testimonio en
un dietario sobre las adversidades de los castigos y trabajos forzados
en la línea del ferrocarril Transahariano entre 1939 y 1943. Tras meses
de trabajo intenso de transcripción, su hija publica en Diario de Gaskin su historia callada durante casi seis décadas.
Nacida en Casablanca, Laura y sus padres llegaron a España en 1959. Y con ellos la caja de zapatos. “Ha soportado 17 traslados de domicilio entre Marruecos, Castellón y Valencia”, observa. Gaskin murió en 1974, a los 55 años, de un cáncer de pulmón, sin conocer la democracia ni poder hablar sobre su pasado comunista a su única hija, una joven de 19 años que estudiaba el Fuero de los Españoles para opositar a Hacienda. “He llorado mucho más a mi padre ahora que cuando murió. Fue un hombre bueno que tuvo mala suerte”, explica con la voz quebrada. De él sabía que al acabar la guerra zarpó en el mítico Stanbrook, uno de los últimos barcos en evacuar republicanos españoles. Pero el destino no le permitió hablarle de su dura vivencia en los campos norteafricanos.
El hallazgo de la caja, explica, le ha permitido vivir la emotiva experiencia de reencontrar a antiguos compañeros de su padre. “En España se ha perdido una generación, la de los hijos de los represaliados, que han vivido en el terror y les ha calado el mensaje de no hablar de política”. A sus 59 años, esta luchadora antifranquista en su juventud observa como “explosiones esperanzadoras” el 15-M. “El problema es que les falta mantener ciertas estructuras”.
En la céntrica cafetería de los antiguos almacenes El Siglo, el actual Centre Cultural Octubre, donde come con sus amigos todos los martes en Valencia, la hija de Gaskin cuestiona indignada la investigación de los crímenes del franquismo. “El problema de la memoria histórica fue la Transición. El aparato del Estado quedó intacto con una ley de punto final a la que ahora aluden por la querella argentina. Me avergüenza que la causa haya salido de España. ¿Este país no es capaz de cerrar el proceso de una manera digna?”. Laura califica de “tímida” la Ley de Memoria Histórica de Zapatero, aunque reconoce que permitió “avanzar”. “Pero con el Gobierno del PP se ha acabado. Han dejado transcurrir 70 años y ahora se cierra con una página en falso confiando en que los jóvenes no exijan esa reparación”.
Porque el patrimonio de todos no tiene sentido que se guarde en una casa particular o en el rastro, su próximo objetivo es depositar los documentos de su padre en un centro que no solo custodie los papeles, sino que tenga una actitud activa para difundirlos. “Lo que se olvida vuelve a repetirse. Hay que recordar siempre la barbarie, por dura que sea”.
Nacida en Casablanca, Laura y sus padres llegaron a España en 1959. Y con ellos la caja de zapatos. “Ha soportado 17 traslados de domicilio entre Marruecos, Castellón y Valencia”, observa. Gaskin murió en 1974, a los 55 años, de un cáncer de pulmón, sin conocer la democracia ni poder hablar sobre su pasado comunista a su única hija, una joven de 19 años que estudiaba el Fuero de los Españoles para opositar a Hacienda. “He llorado mucho más a mi padre ahora que cuando murió. Fue un hombre bueno que tuvo mala suerte”, explica con la voz quebrada. De él sabía que al acabar la guerra zarpó en el mítico Stanbrook, uno de los últimos barcos en evacuar republicanos españoles. Pero el destino no le permitió hablarle de su dura vivencia en los campos norteafricanos.
El hallazgo de la caja, explica, le ha permitido vivir la emotiva experiencia de reencontrar a antiguos compañeros de su padre. “En España se ha perdido una generación, la de los hijos de los represaliados, que han vivido en el terror y les ha calado el mensaje de no hablar de política”. A sus 59 años, esta luchadora antifranquista en su juventud observa como “explosiones esperanzadoras” el 15-M. “El problema es que les falta mantener ciertas estructuras”.
En la céntrica cafetería de los antiguos almacenes El Siglo, el actual Centre Cultural Octubre, donde come con sus amigos todos los martes en Valencia, la hija de Gaskin cuestiona indignada la investigación de los crímenes del franquismo. “El problema de la memoria histórica fue la Transición. El aparato del Estado quedó intacto con una ley de punto final a la que ahora aluden por la querella argentina. Me avergüenza que la causa haya salido de España. ¿Este país no es capaz de cerrar el proceso de una manera digna?”. Laura califica de “tímida” la Ley de Memoria Histórica de Zapatero, aunque reconoce que permitió “avanzar”. “Pero con el Gobierno del PP se ha acabado. Han dejado transcurrir 70 años y ahora se cierra con una página en falso confiando en que los jóvenes no exijan esa reparación”.
Porque el patrimonio de todos no tiene sentido que se guarde en una casa particular o en el rastro, su próximo objetivo es depositar los documentos de su padre en un centro que no solo custodie los papeles, sino que tenga una actitud activa para difundirlos. “Lo que se olvida vuelve a repetirse. Hay que recordar siempre la barbarie, por dura que sea”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario