Testimonios


Miguel Martinez López
"Traumas. niños de la guerra y del exilio"
Cedido por el autor

Itinerario español

Nací el 29 de octubre de 1931 en Valencia, año de la proclamación de la República : al entusiasmo suscitado por dicho acontecimiento sucedió pronto un ambiente de zozobra, debido a la impericia de los sucesivos gobiernos, incapaces de combatir eficazmente a los poderosos fautores de injusticias, lo que acabaría por originar una contienda fratricida, feroz pesadilla de la que guardo tan sólo en la memoria unos cuantos pormenores. Otros me serán contados ulteriormente por deudos y amistades, protagonistas de dichos hechos ; representando el conjunto la cinta estropeada por el tiempo de mis primeros pasos por la vida. A continuación, algunas secuencias. 

Afiliado a la Confederación Nacional del Trabajo - CNT - y a la Federación Anarquista Ibérica - FAI -, el autor de mis días actua para sustituir en un futuro próximo a la sociadad capitalista por otra más justa en la que, de una vez para siempre, quedará descartada la explotación del hombre por el hombre.

Noches hay en que llega a casa perdido el aliento, pero con una sonrisa de satisfacción en los labios, pues ha dejado tirados a los guardias que le acosaban. La madre, con mal disimulado sobresalto, se da prisa en enjugar el sudor que gotea por la frente del marido, absteniéndose de todo comentario.

“Una tarde de las tantas (me relató la infeliz en cierta ocasión), no más abrirle me entregó la pistola que llevaba en la mano.

-Hazla desaparecer inmediatamente. Los de asalto me pisan los talones.

“Di un vistazo en derredor mío : en un rincón del comedor, a horcajadas sobre el orinal, te vi, muy ocupadito en darle vueltas al sonajero (siempre fuiste un niño apacible, nada de chillidos, ni de travesuras). Me dirigí hacia allí, te levanté en brazos, lo que me valió una encantadora sonrisa, metí el arma en la vasija y volví a sentarte. Cuando acudieron a registrar, los guardias indagaron por toda la casa, menos en el escondite que tan acertadamente había yo imaginado.

“Sin embargo, no pudo escapar tu padre en varias ocasiones a la prisión. Durante sus encarcelamientos sucesivos, unos compañeros de cautiverio le aprendieron a leer y escribir. Hecho todo un autodidacta, el libro representará en adelante para él la llave de acceso a la cultura, un instrumento imprescindible para la emancipación del proletariado.

1º- Carnet de Identidad de la FAI de mi padre Juan Martínez Navarro
2º - Carnet de prensa de mi padre Juan Martínez Navarro

“Pese a mis protestas, prosiguió, motivadas únicamente por el peligro que ello suponía (las manifestaciones obreras degeneraban a menudo en violentas refriegas con los guardias), tu padre te llevaba a hombros en sus correrías militantistas por las calles de Valencia.

- Acompaño a nuestro hijo a la escuela de la lucha social.

“Os marchabais. Yo me quedaba con el corazón metido en un puño, esperando vuestro interminable regreso. Afortunadamente, volvíais por fin.

-Daban un mitin en el teatro Apolo. Allá hemos ido.

Y añadías tú, muy formal:

-Sí, mamá, estaba hasta los topes de compañeros.

“Se ufanaba escuchándote tu padre. Era la palabra que utilizaba para designar o evocar a los simpatizantes de la causa. La repetición por parte suya había hecho mella en el vástago, indiscutible éxito pedagógico para él.”

Asisto mentalmente, como si fuera ayer, al acto en cuestión. Una mesa mumental ocupa el escenario. Sentados, varios tribunos. Banderolas rojo y negro adornando el foro. El rumor de las conversaciones domina el ambiente, cuando de pronto se establece un silencio impresionante. Uno de los oradores, disponiéndose a tomar la palabra, prorrumpe con un rotundo :

- ¡ Compañeros !

A medida, se enardece. Las inflexiones de su voz cambian a cada momento. Las palabras, en su fluir, sugieren corriente de río, impetuosidad de torrente o mansedumbre de balsa. Soy un chaval y no entiendo el sentido de lo que va diciendo, pero su discurso, con sus altibajos, me suena como un cantar, resabios de falsete, vuelos de águila, trinos de jilguero. Terminada su intervención, una oleada de entusiasmo desencadena una tempestad de aplausos. El público, de pie, ostentando brazales con siglas de la CNT- FAI, agita pañuelos. Barullo de fiesta. Por las paredes, un miliciano con gorra y americana de cuero (Durruti), sonrie incansablemente a la asistencia. Tal se me impone, rescatado del olvido, el primer mitin anarquista al que me fue dado asistir.

Ha transcurrido tiempo. Los hombres y las mujeres de mi tierra, desde hace meses divididos en bandos, se exterminan ferozmente.

Mediodía. Nos disponemos a sentarnos alrededor de la mesa cuando el mugido tan característico de la sirena, (ya me va resultando familiar), rompe el cristal del aire. Esbozo el gesto de dirigirme a la ventana, abierta de par en par. Pero la madre, con la hermana en brazos, se interpone y, juntos, bajamos precipitadamente los escalones que conducen al sótano del edificio, transformado en refugio. El local rebosa de vecinos, reclinados unos contra las paredes, tumbados otros por el suelo. Una mujer desgreñada da el pecho a su rorro. Una vez pasada la alerta, reintegramos nuestra vivienda : la metralla ha destruído varios edificios. Asomado a la ventana, esta vez desde el regazo materno, puedo observar el montón de escombros que abulta en la calle despidiendo densa polvoreda y en el que escarban gente mayor y perros flacos.

La secuencia siguiente nos traslada a la comarcal de Gandía donde los delegados de la CNT/FAI - mi padre es uno de ellos -, han requisado el Palacio de los Borgia, convirtiéndolo en sede de la organización anarcosindicalista, y, ocasionalmente, en albergue para sus familiares. De tanto en tanto, pero siempre por sorpresa, en el recuadro del portalón se dibuja a contraluz la silueta del padre. Regresa del frente. Anda vestido como el miliciano del mitin de marras - gorra y americana-.

En la huerta valenciana vive una tía nuestra. Los padres nos han llevado allí, pensando resguardarnos de los bombardeos que frecuentemente asolan la capital. Con todo, una mañana clara cruza el espacio un ave de metal cuyas alas repiquetean duramente sobre el tambor del cielo. Invadido por el pánico, salgo disparado, zigzagueando entre los naranjos para evitar el inminente estallido. Pero el avión se aleja rápidamente hasta perderse en el telón azul, sin descargar sus bombas. Asoma entonces mi tía, satisfecha, alegre, exclamando con sorna :

- ¡Muchacho, no tengas miedo ! ¡Es de los nuestros !

La huída

Vuelta a la ciudad. Tanto en las calles como en la intimidad de los locales impera una agitación febril. Por la ventana del comedor abierta de par en par penetra el estrépito ensordecedor de las bocinas de los coches. Me asomo y asisto a un espectacular taponamiento. La prisa parece constituir el denominador común que mueve a la gente. Es la huída, el sálvese quien pueda, el temor al después de una derrota que se presiente inminente. Mientras asisto al ajetreo callejero, en el salón la madre enciende una estufa de carbón y se dedica a quemar un montón de papeles -documentos confederales, pruebas auténticas de la compromisión paterna en la lucha cuyo desenlace se aproxima - : no vayan a caer en manos del enemigo fratricida y justifiquen saciar sus ansias de represión feroz. Las llamas devoran el peligroso texto.

Despedida valenciana. De noche. Un Hispanosuiza requisado nos espera delante de la puerta de entrada del edificio en que vivimos. Mi tío paterno, su hijo mayor, nuestra madre, mi hermanita, un chófer y yo nos acomodamos en los asientos.

Villajoyosa. Un puerto a orillas del Mediterráneo al que acudíamos con la esperanza de salvarnos de las garras del franquismo vencedor. Apearnos del coche y echársenos encima el padre, todo fue uno. Nos esperaba. Efusión del encuentro.

En el muelle : bultos, maletas, trastos en montón. Gente hacinada por el suelo en pos de sueño. Alguna que otra mujer dando el pecho a su rorro. Chicos de mi edad hechos un ovillo durmiendo a rienda suelta. Deja caer la madre el fardo que lleva a cuestas y, siguiendo el ejemplo, en cuclillas sobre el adoquín portuario, nos disponemos a hacer tiempo. La barca que nos ha de transportar a saber dónde se balancea en la dársena, cáscara de nuez, desvencijado pesquero pomposamente bautizado El Gavilán de los Mares. Llegado el momento de abandonar el muelle, salvamos la corta distancia que nos separa de su quilla montados en una balsa. Nos han de izar a bordo.

Ya en alta mar. De pronto, la marejada arrecia. En el camarote, de babor a estribor, los cuerpos ruedan como ovillos y cada cual consigue a duras penas sostenerse amarrado a un saliente cualquiera del casco. Sobre cubierta ocurre algo inaudito : el piloto, completamente mareado, tiene que abandonar el mando. Mi padre ignora en absoluto el arte de navegar. Pero al no sentirse afectado por el mal, se ve en el apuro de tener que dirigir el pesquero y pasarse el resto de la noche en el camarote, escrutando la oscuridad.

Clarea. El timonel, ya repuesto de su excepcional trastorno, ha sustituído a mi padre, cuyo interinato como piloto ha acarreado la pérdida de la barca en que va su hermano que, amainado el temporal, no tardará en asomar. El Mediterráneo, desconcertante, se ha convertido en pocas horas en un lago azul sobre el que resbala pacíficamente nuestra cáscara de nuez. Se nos echa encima, como por efecto de zum, la silueta amoratada de una sierra, el trazado regular de una costa. ¡Argelia! La naturaleza pinta cielo y tierra con luminosa paleta, lo que mitiga el desasosiego de los fugitivos en trance de volverse exiliados - para ellos, un enigma -. Desde la cumbre, por la falda del monte, los edificios descienden hasta el puerto : Orán.

Llegada a Orán del barco Stambrook

Orán : acogida

Atracamos al muelle. En los semblantes, inquietud. Hemos llegado a tierra extraña.

¿ Cuánto durará el destierro ? ¿ Qué existencia será la nuestra ?

- ¡ Los rojos, que llegan los rojos !

Debe haber cundido la noticia. Desde el malecón, los curiosos consideran el flete poco corriente de unos revolucionarios españoles recién vencidos, acudidos a Argelia, colonia de Francia, en busca de refugio. La acogida por parte de la población es mitigada. Unos alzan el puño y desde las lanchas lanzan pan y tabletas de chocolate a los hijos de los rojos. Otros, hostiles, gritan su desaprobación.

Se procede al desembarco. Pasamos entre una hilera de guardias uniformados y armados. En un despacho nos esperan unos oficiales :

- Apellido, nombre, lugar de nacimiento...

Mantengo apretada la mano del padre, quien me señala con la mirada un barco desbordante de seres humanos, puntos minúsculos que se agitan, lanzan invectivas a los cuatro vientos y nos saludan a gritos.

- El Stanbroock, me dice escuetamente el padre.

Años después descubriré la historia del famoso transatlántico inglés y la odisea de los que subieron a su bordo.

- Apellido, nombre, lugar de nacimiento...

La misma letanía aplicada a cada uno de nosotros. Un civil va traduciendo. La mayoría tiene que repetir su onomástica - alguna sufrirá cambios irremediables, origen de incalculables sinsabores futuros : la hermana pequeña, por ejemplo, a quien el padre decidió dar por nombre Helie - supuesto equivalente feminino de Helios (el Sol de la mitología griega) -, se verá convertida en Elia, Elyette, Elie, Elisa, un enredo que le resultará difícil subsanar posteriormente. Ante la retahíla de hijos de refugiados portadores de la estampilla libertaria - Violeta, Acracia, Amapola, Flores, Libertad (apellido éste repetido hasta la saciedad) -, los militares abren unos ojos como platos, y al borde de la apoplejía, estallan en imprecaciones, al tiempo que consignan la declaración.

Terminado el registro de identidades, sufrimos nuestra primera desgarradura. En efecto, los guardias ordenan dos columnas distintas, una formada por mujeres y niños ; otra por hombres a quienes hacen subir inmediatamente en camiones entoldados, que arrancan de súbito y se desvanecen, perdidos en el caos del tráfico portuario, sin haberles dado plazo para la despedida - un último abrazo a sus deudos y amigos-. ¿ Adónde se los llevan ? ¿ Cuándo los volveremos a ver ?

En la cárcel de Orán

Mujeres y niños somos conducidos a la cárcel de Orán, imponente baluarte, de repelente aspecto - inaccesibles murallas de piedra, portalones que chirrian al girar sobre sus goznes -. Ya dentro, unos hombres vestidos con batas blancas nos intiman quitarnos la ropa. De sopetón, me veo inmerso en un mar de desnudez mujeril. Y entre tantos cuerpos, uno, inmediato, el de mi madre, descubierto con asombro. Pretexto aludido : someternos a una ducha de desinfección. Seguidamente nos introducen en una inmensa nave que será nuestro dormitorio común. En el mismo suelo, colocadas en fila india a lo largo de las paredes, unas colchonetas que nos servirán de lecho.

Durante el día, una tarea vital acapara esencialmente nuestro tiempo : hacer cola para darle a la bomba del pozo situado en medio del patio y sacar a cubos la ración de agua bebible que nos toca en parte. En efecto, por aquel entonces, las cañerías de corriente potable no cubrían por completo la ciudad de Orán ; la gran mayoría de grifos no suministraban sino salmuera. El remedio, como pudimos constatarlo después de nuestra salida, lo constituían unos aguadores indígenas que pasaban por las calles arrastrando reatas de mulos cargados con cántaros ; se paraban a las puertas de los particulares y les vendían el precioso líquido.

Han transcurrido seis meses en el aburrido recinto, sin que ningún acontecimiento relevante se haya producido, cuando una mañana nos dan órden de plegar nuestra miserable indumentaria. Con el petate al hombro, nos trasladan a la estación del ferrocarril. Por fin se inmoviliza un tren a nuestra altura arrojando de súbito unos seres demacrados, hirsutos, andrajosos, especie de espantajos pretendiendo ser hombres. Se destaca uno de ellos dificultosamente para abalanzarse con ímpetu a la madre, estrechándola con fervor. Estupefactodonde permaneceríamos internados cerca de un año.s mi hermana y yo, reconocemos a duras penas al padre. Regresa junto con los demás desdichados del campo de concentración de Boghari donde, subalimentados bajo un sol abrasador, fueron sometidos a trabajos forzosos. A los seis meses, los trasladaron a Colomb-Béchar, convertidos en auténticos esclavos modernos, mano de obra gratuita destinada a la construcción de una línea de ferrocarril transahariana, proyecto faraónico en el que más de uno acabó dejando la piel. Sólo una escasa minoría, en la que figuraba nuestro padre, logró salvarse de aquel infierno, al tener a la mujer y a dos hijos encerrados en la prisión de Orán. En efecto, obedeciendo a directivas recientes, las autoridades francesas nos destinaron a un campo catalogado de reagrupamiento familiar : Carnot, donde permaneceríamos internados cerca de un año.

Grupo de gente joven en el campo de Carnot: 1ª a la izq. Helie Martínez

y el más pequeño su hermano Miguel Martínez


En el campo de Carnot

En Carnot nos asignan una barraca. Nuestra existencia está regida por reglamento militar. A horas fijas del día tocan llamada a pasar lista, formados en un espacio reservado al efecto entre los barracones. Unos soldados senegaleses izan la bandera francesa, ceremonia a la que asistimos cuadrados. Seguidamente, un oficial distribuye las faenas por equipos y hace romper filas.

Nuestra barraca se ha convertido en un salón de peluquería concurrido regularmente por multitud de compañeros. El padre aceptó la oferta del comandante del campo de cortar el pelo a su progenie mediante retribución. Con la ganancia podrá permitirse el lujo de comprar tabaco y comida, mejorando así nuestro rancho, es decir la ración alimenticia diaria. Es claro : el producto de la labor paterna, en aras de la solidaridad obrera redunda, ni que decir tiene, en provecho de los demás compañeros que se han acogido a nuestras cuatro planchas para tener tertulia, bebiendo café, fumándose con deleite un cigarro, o saboreando el bocadillo preparado por la madre. También entablan interminables discusiones a las que asisto atento y silencioso. Escucho con avidez sus pláticas políticas, literarias, filosóficas y hasta científicas. Así pues nuestra casucha se ha convertido en una especie de Ateneo libertario popular.

Sin embargo, también me gusta jugar con la chiquillería del campo. Para todos soy el hijo del barbero. Formamos una pandilla de bribones cuya evocación me suena todavía a carreras, diabluras de niño, alegría infantil. Nos pasamos las horas del día incursionando hasta las alambradas que delimitan nuestro territorio, vigiladas a trechos por soldados Senegaleses cuyo color de piel deja a la larga de infundirnos pavor para desencadenar al contrario nuestras risas. En cierta ocasión logramos burlar su guardia y, ya fuera del campo de asilados políticos, correteamos a campo traviesa hasta las márgenes del río Cheliff, entre adelfas, junqueras al borde de las charcas, renacuajos a flor de agua, lombrices, diáfanas libélulas, gorjeo de jilgueros y cencerreo de ranas ! Días anteriores, las autoridades habían concedido permiso a un joven maestro de escuela, oriundo de Orléansville -cercana sede de la subprefectura -, para enseñarnos benévolamente la lengua francesa.

Una idea fija atormenta a nuestros padres : la de librarse cuanto antes de su reclusión. Corren noticias alarmantes. Francia está a punto de unirse a los nazifascistas y con su acuerdo, Franco envía emisarios a los campos de refugiados españoles para tratar de inducirles a reintegrar la madre patria : se espera incesantemente la llegada de uno de ellos al nuestro de Carnot. Existe, por otra parte, un paraje mítico, suerte de espejismo que entretiene el sueño de los adultos, llamado Méjico. Corren bulos motivo de entusiasmo :

- ¡A Méjico! ¡Mañana nos arreglan los papeles para ir a Méjico !

Con la llegada de un nuevo comandante empezamos a percibir una mejora de nuestra existencia. Un día, de modo sorprendente, la jefatura nos comunica que en adelante extenderá a cuantos lo soliciten un salvoconducto, válido durante veinticuatro horas, para salir del campo bajo cualquier pretexto. Por primevra vez desde nuestro internamiento, se nos permite desplazarnos a nuestro antojo más allá de las alambradas, a campo redonda. El grupo de compañeros afines aprovecha inmediatamente la oportunidad para ir de excursión al cercano pueblo de Les Attafs.

Un día, las autoridades anuncian que los internados con contrato de trabajo serán liberados. El dueño de una peluquería a punto de jubilarse le proporciona uno al padre. A renglón seguido, el comandante lo convoca para entregarle un salvoconducto a fin de trasladarse a Orléansville para tramitar las formalidades de su liberación del campo de “acogimiento”.

1º - 27/ 04/1940. Salvaconducto para salir del campo de Carnot para mi padre
2 - 05/ 08/1940. Salvaconducto en que se me autoriza salir del campo en compañia de mis padres

En Orléansville

Orléansville tiene para nosotros, recién salidos del campo de Carnot, humos de capital.

Con existir dos escuelas primarias, para varones una, otra para niñas, tanto el ingreso de mi hermana como el mío propio quedan supeditados a la buena voluntad de sus respectivos directores, por tratarse de hijos de refugiados españoles, rojos,”comunistas”, enemigos de Franco y, correlativamente, de su comparsa el Mariscal Pétain, actual jefe del Estado francés. La directora de la escuela de niñas, acabará agriamente por dar de alta en su establecimiento a mi hermana. En cuanto a mi, los trámites resultaron mucho más fáciles, seguramente porque el director encargado de recibirnos debía considerar con simpatía en su fuero interno a los que lucharon en España contra la barbarie nazifranquista.

1939. Una barraca en el campo de Boghari
 
En la peluquería, el padre gana un jornal a penas suficiente para sacar adelante la familia. Por eso, después de la jornada de trabajo, resuelve dedicarse a la confección artesanal de alpargatas en casa de otro refugiado que vive de dicha actividad.

Compartimos el hogar con el hermano de mi padre y un hijo suyo. Tras haber intentado vanamente colocarse de jornalero en el campo, nuestro tío, sin más considerandos, se vuelca en la fabricación clandestina de jabón, producto que escasea en el mercado, implicándonos a todos en el negocio...para la venta resulta imprescindible rodearse de infinitas precauciones, vérselas con compradores ocasionales recomendados por gente conocida, de confianza : si se descubriera el ilícito tráfico nos meterían un multazo que daría al traste con el escaso beneficio realizado.

Por las noches, después de la cena, acudimos a casa de nuestro vecino, enemigo declarado del régimen de Vichy. Cerradas puertas y ventanas por precaución ( según dicen las paredes tienen orejas ), nos disponemos a escuchar la retransmisión radiofónica del llamamiento del General de Gaulle al pueblo francés, anunciada el día anterior (“Les Fançais parlent aux Français” - “Los franceses hablan a los franceses” -), que pasará a la historia con el nombre de “Appel du 18 Juin” (“Llamamiento del 18 de Junio ). El General vaticina la liberación inminente de Francia,

La liberación anunciada se hace efectiva una buena mañana con la aparición de los primeros tanques yanquis por la calle principal de la ciudad, unas máquinas que avanzan machacando la calzada estrepitosamente.

A los cuatro años de nuestra salida del campo, somos víctimas de un formidable achaque de paludismo. Para combatir la enfermedad, los padres, haciendo de tripas corazón, deciden cambiar de aire mudándose a Argel, la capital.

En Argel

Tras haber resuelto el complicado problema del alojamiento familiar en la capital, el padre tramita nuestra inscripción en la escuela. Cuando en Orléansville fui considerado desde un principio por los condiscípulos ( en su mayroría indígenas ) como uno de los suyos, aquí ( en su mayoría Europeos ), su acogida es francamente hostil. En el patio de recreo me acorralan proclamando a gritos lo que consideran un delito cometido por mí a sabiendas :

-¡Hijo de refugiado! rojo! ¡has venido a quitarnos el pan de la boca!

Los domingos a la hora de la comida, como antaño a la barraca de Carnot, vemos llegar a unos cuantos compañeros, siempre los mismos ( hombres solos, privados del calor afectivo que según barruntan hallarán en casa de Marieta, pues así llaman con ternura a nuestra madre ). Marieta pone la mesa para todos. Se trataba de la flor de los libertarios exiliados en Argel. En un rincón de la mesa, junto al padre, sonrie Pedro Herrera. Nuestro compañero ha desempeñado cargos de suma responsabilidad durante el combate contra los nacionales, hasta el punto de llegar a tomar parte en el gobierno de la Generalitat ( extraña coducta, en absoluta contradicción con los principios de base del ideal ácrata ). Codo a codo con Pedro Herrera, José María Puyol, escritor, una réplica exacta de Don Quijote, un clon de castellano a la antigua. El vecino de mesa de Puyol, José Pérez Burgos ( en España, abogado ), dirige la Soli de Argel. Al otro extremo de la mesa ocupa lugar un personaje singular, corpulento y de buen talante : Verardini, colaborador de Cipriano Mera durante la guerra. A su lado, una mujer, Isabel del Castillo : hace constantemente alusión a un hijo suyo, con quien, según se colige, sostiene relaciones conflictuales ( el actual novelista francés Michel del Castillo ). De José Muñoz Congost quiero recordar ante todo su natural rectitud, su prodigiosa capacidad de lectura, su asombrosa facilidad de palabra. Marchará un día a Casablanca para juntarse con su mujer y su hija. El grupo de los intelectuales lo componían periodistas, maestros de escuela, catedráticos, escritores, abogados, pintores. Al de los intelectuales, sucedía el escuadrón de oficios varios : Roque Sanatamaría pertenecía al gremio de los peluqueros; queda por mencionar la cohorte de carpinteros, ebenistas, zapateros, mecánicos, camareros, artesanos y obreros manuales que se juntaban en el Círculo García Lorca, en la local del Movimiento Libertario, y en las jiras dominicales a las playas de Zeralda o de Sidi-Ferruch.

Sigo dedicándome de lleno al estudio. En el colegio hago cuestión de honor llevarme todos los premios y colocarme en los primeros puestos ( probable manifestación primero, de una personal correspondencia al esfuerzo paterno ; segundo, de un inconsciente deseo de demostrar a los demás que el hijo del barbero “refugiado español, rojo” era capaz de conseguir los máximos éxitos escolares).

Finalizar la segunda guerra mundial y trasladarse a la metrópoli francesa, todo fue uno para muchos compañeros. Los que optaron por la colonia, siguieron por su parte volcándose en la Agrupación local de Argel ( La local, como decían ), haciéndola funcionar con escrupulosa regularidad. Los domingos por la mañana tenía lugar una Asamblea general a la que acudíamos asiduamente, como en cumplimiento de un rito, mi padre y yo.

Es indiscutible : en Argelia, ex colonia elevada al rango de departamento francés, las distintas comunidades se cruzan esforzándose por evitar el roce. Ni se frecuentan, ni mucho menos se mezclan. Sólo intercambian a nivel de la vida laboral y mercante, asentando constantemente la dominación de un grupo sobre los demás. No cabe duda : las distintas etnias han erigido como norma una recíproca exclusión generadora de odios, de rencores, de resabios de venganza en todas las direcciones, preparando de tal modo el conflicto armado que tardaría escasos años en estallar. Por suerte, el terreno de cultivo libertario donde voy creciendo, constituye un antídoto eficaz contra dicha plaga,que, de otro modo, muy bien hubiera podido contagiarme. Los familiares que me rodean machacan un discurso antirracista, antirreligioso, igualitario ; vomitan su odio de las jerarquías, de toda dominación (estatal, social, étnica) ; abogan por un ideal de justicia universal. Escucho con avidez y hago mío el discurso.

Con los años se produce para mí, paulatina pero irremediablemente, el proceso de integración a Francia. Acabaré (alentado por los padres y los compañeros ) por naturalizarme francés en 1954. Pero no por ello haré mía la mentalidad genuina argelo-europea. Todo lo contrario : seguiré siendo aquel muchacho llegado a Argelia un día de marzo de 1939 no para “quitarles el pan de la boca” a los patanegras, sino a remolque de su padre que huía de la represión franquista.

En la tormenta

El Cuartel de Orléans está ubicado en las alturas de la ciudad, frente al llamado Fuerte del Emperador, erigido en tiempos de Carlos Quinto, cuyos ejércitos bombardearon sin éxito en 1541 la capital berberisca. Sólo la esperanza de poder cambiar de oficio (postularndo el día de mañana un puesto en la enseñanza), me ha conducido a las puertas de este recinto militar - máxima ofensa a la pauta libertaria que sigue siendo mía por un lado y que además sacudirá seriamente por otro el curso de mi cotidiana existencia...Bien considerado, nuestro Regimiento - el 411 de Artillería Antiaérea -, se revelaba propiamente inútil para intervenir en la incipiente contienda, ya que los rebeldes no disponían de aviones contra los que defendernos. Evidentemente, los artilleros careceríamos hasta mucho - y probablemente durante toda la duración del conlicto -, de enemigo aéreo, eventualidad que nos rebajaba al papel de soldados de opereta cuya actividad bélica se reducía a ir de maniobras. Para mi, tanto mejor.

Cumplida la mili, reintegraré mi puesto de trabajo en las oficinas de la casa Blachette, el magnate que compartía a nivel elevado con unos cuantos individuos más de su ralea, la responsabilidad histórica de haber provocado con su inicua explotación la rebelión armada del pueblo argelino y su séquito trivial de asesinatos, atentados, ametrallamientos callejeros, atrocidades de toda índole. Aquel derroche de violencia no admitía eufemismos : estábamos en guerra.

Andando el tiempo, acabaré por realizar mi ensueño : ingresar en el cuerpo docente. Seré nombrado maestro de escuela en Rhylen, una comarca rural, cerca de Boufarik.

En cierta ocasión, se me presentó la oportunidad de reealizar un viaje a España. Fui a Liria y al Villar del Arzobispo, lugares de nacimiento de mis padres. La acogida por parte de los familiares que se habían quedado cuando el advenimiento del franquismo fue calurosa ( los vecinos acudían curiosos para descubrir al francés ). Evocamos nuestros respectivos exilios.

De regreso a Argel, un domingo por la mañana, reanudando con ciertos hábitos de la infancia ( movido igualmente por el anhelo de remojarme en la corriente libertaria, lejos de las aguas ensangrentadas por el racismo imperante ), decidí dar una vuelta por la local, junto con el padre. Acogido efusivamente, pedí la palabra :

- Compañeros, estamos viviendo una guerra. ¿ Qué pensais hacer ?

- Pues verás : no participar en la matanza. Ni pro Argelia francesa, ni pro Argelia argelina. Ambos bandos son hatajos de racistas. Su lucha no es la nuestra. Si gana Francia, para nosotros como antes. Si el FLN, nos tocará salir pitando junto con los demás patanegras porque no se preocuparán los musulmanes de hacer la diferencia entre un excolono y un refugiado libertario español. Para ellos somos todos rumis, europeos de mierda.

Independencia y segundo éxodo de los refugiados españoles

El I° de julio de 1962 la población indígena se pronunciaba por referendum por la autodeterminación...que se traducirá por independencia. Humillados y temiendo las represalias por parte de los vencedores, en adelante la única preocupación de los patanegras consistirá en encontrar lo antes posible la manera de levar anclas de Argel. El miedo ( un terror pánico ), se había adueñado de ellos. No existía dique capaz de contener la corriente del río de su huída. En tropel asaltaban día y noche el puerto marítimo y el aeropuerto de Maison Blanche...En Orán, donde los excesos de los ultras habían superado a los de Argel, los fugitivos hacen saltar los depósitos de petróleo antes de embarcar para la metrópoli. Mi tío y su hijo forman parte del séquito (se trata de su segundo exilio : 29 años antes habían desembarcado en aquel mismo muelle en pos de refugio, huyendo de la vindicta franquista ).

Por mi parte había decidido no marcharme, cooperar a nivel de la enseñanza para poner en marcha el nuevo departamento docente argelino. Hasta el año 1965, en que decidí integrar mi puesto de profesor en la metrópoli francesa.

18/11/1945. Placa fijada por los libertarios españoles exiliados en Argel, recordando a Miguel de Cervantes en la cueva que lleva su nombre. Miguel Martínez es el niño que se encuentra apoyado en la barandilla.