sábado, 21 de diciembre de 2013

El «forner» de Banyeres que se tragó el Sahara

Campo de trabajo de Bou Arfa
Descendientes de Vicente Mataix, pasajero del «Stanbrook», rescatan sus restos de una tumba en medio del desierto

16.12.2013 
Exhumación internacional. Los hijos y nietos de un exiliado republicano de Banyeres, Vicent Mataix Ferre, que murió hace 73 años en un campo de concentración francés en medio del Sahara, acaban de exhumar los restos de su familiar de una tumba del desierto de Marruecos sin ninguna subvención pública.

Una caja de zapatos con cuatro cartas, unas fotos en medio del Sahara, y muchos silencios... Este es el hilo del que los nietos de Vicente Mataix Ferre han tirado para reconstruido la historia de este exiliado republicano de Banyeres que murió el 11 de noviembre de 1940 en el campo de concentración francés de Bouarfa, en el desierto de Marruecos. Allí fue obligado a trabajar de sol a sol en régimen de semiesclavitud en la construcción del ferrocarril transahariano hasta que las duras condiciones minaron su salud. Tras cinco años de investigación, el círculo lo acaba de cerrar la familia con el hallazgo de la tumba y la repatriación de los restos.

Esta exhumación internacional, acometida sin ninguna subvención pública, les permitió ayer cumplir el sueño de enterrar a Vicente en Banyeres con su viuda, Nieves Gisbert Puig, que falleció en 1994. Vicente trabajaba en un horno de este municipio de l'Alcoià y, cuando marchó al exilio tras la Guerra Civil, Nieves se quedó sola con dos niños pequeños: María, nacida en agosto de 1936, y un bebé de apenas dos meses.

De ideas progresistas, a su hija la llamó Dulcinea y para el chico también se inspiró al margen del santoral. Nombres que la viuda tuvo que cambiar cuando en la posguerra le obligaron a bautizarlos. Movilizado por el ejército de la República, los nietos desconocen cual fue su destino y cómo llegó al puerto de Alicante cuando la República cayó a finales de marzo de 1939. «La abuela Nieves tenía pánico de hablar de aquello», cuenta Josep Lluís Vanyó Mataix, profesor de Secundaria y uno de los nietos que ha viajado a Bouarfa tras la huella de su abuelo.

Mataix fue uno de los pocos que logró escapar del puerto de Alicante. El 28 de marzo de 1939 zarpó hacia la Argelia francesa a bordo del último barco que salió de aquel muelle de la desesperación, el carbonero británico «Stanbrook». Fue el «pasajero 416» en una lista oficial de 2.638 viajeros aunque apenas tenía capacidad para unos cientos.

Al llegar a Orán, las autoridades galas retuvieron a los hombres durante varios meses en el buque. Mataix fue trasladado al campo de prisioneros de Boghari. Pese al hacinamiento y la brutalidad de las tropas senegalesas que les custodiaban, Vicente, en una de las pocas cartas que pudo enviar a Banyeres, en junio de 1939, trataba de tranquilizar a su esposa con un «estoy bien».

Tras la caída de París, en junio de 1940, el régimen colaboracionista de Vichy obligó a más de 2.000 de aquellos republicanos españoles retenidos en campos como los de Boghari a trabajar en régimen de semiesclavitud en la construcción del quimérico ferrocarril transahariano de más de 2.000 kilómetros que debía unir las colonias galas de Níger y Senegal con el Mediterráneo. Vicente fue enviado a una de las compañías de trabajo de esta faraónica obra con base en el campo marroquí de Bou arfa, donde encontró la muerte el 11 de noviembre de 1940 con apenas 31 años.

Más de un mes después, la víspera de Nochebuena, el cónsul de Francia en Alicante remitió a Nieves una escueta carta en la que le comunicaba el fallecimiento de su esposo en Bou arfa «por enfermedad». Una foto enviada poco después a la viuda por los compañeros de Mataix con la lápida que le construyeron ha sido la clave para poder rescatar al «forner» de Banyeres de las arenas del olvido del Sahara.

Josep Lluís relata que «la ausencia del abuelo siempre ha estado presente, pero silenciada por el miedo». La tragedia fue doble para Nieves, que a sus 28 años tuvo que sumar a la pérdida del marido el dolor de tener que separarse de uno de sus pequeños para que no se murieran de hambre. Dejó a María, que tenía 4 años, al cuidado de un hermano de ella que no tenía familia. «La posguerra fue muy dura para las viudas de los perdedores», lamenta Josep Lluís que aún guarda el recuerdo de las manos de su abuela deformadas por horas y horas de trabajo en los telares.

Tras atar todos los cabos de la historia de Vicente, sus nietos se dieron cuenta que habían acabado en un callejón sin salida: Una foto de una lápida en medio del desierto. Pero era demasiado tarde para rendirse. «La familia, mi madre y mi tío, decidieron seguir adelante», apunta Josep Lluís «con la intención de cerrar una herida que llevaba demasiado tiempo abierta».
 
Contrataron una agencia de detectives que el 30 de septiembre localizó la tumba de Vicente en un cementerio cristiano abandonado de Bouarfa, a 500 km al sur de la ciudad marroquí de Nador. El hermano de Josep Lluís, Antoni, que es abogado se encargó de contactar con el consulado de España en Nador y las autoridades marroquíes para iniciar un proceso burocrático que, tras dos meses, culminó el pasado 6 de diciembre con la exhumación de los restos.

Ánimo a las familias que buscan
Hasta Bouarfa viajaron Josep Lluís, Antoni y otra de las nietas de Vicente. «Simplemente queríamos repatriar a un familiar y que haya sido una exhumación internacional nos ha facilitado las cosas, pues si hubiera sido en España quizás hubiéramos tenido más problemas por las implicaciones políticas», remarca Josep Lluís. Ante las declaraciones del portavoz adjunto del PP en el Congreso, Rafael Hernando, de que «las víctimas del franquismo sólo se acuerdan de sus familiares cuando hay subvenciones», sólo siente «pena, pues lo único que quieren las familias es enterrar dignamente a los suyos».

«Quisiera que esta historia diera ánimos a las familias que buscan a sus desaparecidos, lo que me sabe mal es que por falta de medios no puedan hacerlo al no existir ayudas», concluye.

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