y el alcalde de
Ceuta, José Victori Goñalons, en 1935
Historia de un atentado fustrado. Cuatro cabos y varios soldados planearon asesinar a Franco en Ceuta el
18 de julio de 1936 para detener el alzamiento. Horas antes de la acción
fueron delatados y finalmente ejecutados
Francisco Sanchez Montoya - 31 de agosto de 2003,
suplemento del Mundo nº 411
El 17 de abril de 1937, tras 10
meses de duros interrogatorios, concluyó un consejo de guerra sumarísimo contra
37 militares y dos civiles. Se les acusaba de organizar un complot en Ceuta
para atentar contra la vida del general Franco y detener el
alzamiento del 17 y 18 de julio del año anterior. Su acción pudo haber cambiado
el curso de la Guerra Civil y sólo el testimonio a última hora de un soldado
permitió abortarla. A pesar de ello, los detalles de aquel episodio han
permanecido inéditos hasta ahora.
Todo comenzó al filo de la
medianoche del 17 de julio de 1936, cuando las tropas del acuartelamiento
legionario de Dar Riffien, al mando del teniente coronel Juan Yagüe, recibieron
la orden de tomar Ceuta. Los diferentes cuerpos militares se distribuyeron para
controlar la ciudad y al Regimiento de Infantería del Cerrallo Nº 8 de Ceuta se
le ordenó salir a la calle para «defender a España».
Pero no todos los integrantes del
batallón tenían la misma idea de lo que significaba «defender a España». El
acuartelamiento solía ser destino de soldados de reemplazo y de veteranos
peninsulares, en su mayoría jóvenes que buscaban en el Ejército un futuro
mejor, sin olvidar por ello sus sentimientos republicanos. Como los cabos
veteranos José Rico y Pedro Veintemillas, quienes en su ronda por las calles de
Ceuta observaron cómo patrullas de falangistas detenían a civiles y asaltaban
varias sedes de partidos políticos o cómo en las paredes de la ciudad se habían
fijado bandos firmados por el general Franco en los que se comunicaba al pueblo
el estado de guerra, la disolución de los partidos y la prohibición de
reuniones.
Cuando Rico y Veintemillas
volvieron al cuartel, en las primeras horas del 18 de julio, se reunieron en
una pequeña habitación de la compañía con los también cabos veteranos Anselmo
Carrasco y Pablo Frutos. Durante varias horas estudiaron cómo frustrar el
alzamiento, pero no fue hasta un segundo encuentro durante el mismo día cuando
el cabo Rico presentó el plan para matar a Franco. Cuando entrara en el patio
central del acuartelamiento para revistar las tropas, él mismo le dispararía.
Los demás implicados, desde la primera planta del cuartel, apuntarían al resto
de militares para inmovilizarlos. Acto seguido, otro grupo saldría hacia la
ciudad para informar del atentado y recabar el apoyo del pueblo.
En la tarde del 18 de julio el
cabo Rico, jefe del complot, pidió entrar de guardia en la puerta principal del
cuartel con el fin de ser el primero en enterarse de la llegada de Franco.
Compartía vigilancia con el cabo Rodríguez, quien confesó en el consejo de
guerra: «José Rico me preguntó qué me parecía el movimiento.Le contesté que
llevaba dos días de servicio y que no me había informado, y él respondió que
este movimiento iba contra el Gobierno, y que si nosotros fuéramos hombres
deberíamos ponernos a favor de ellos e ir contra nuestros oficiales y jefes.
Añadió que ya había implicado a los seis centinelas de la guardia. Y en el
momento en que empezaran los disparos, me tenía que poner a las órdenes de Anselmo
Carrasco y Pedro Veintemillas».
Los cabos y soldados implicados
en la intriga lo tenían todo planificado. Sabían que Franco aterrizaría en
Tetuán y en unas horas llegaría al cuartel de Ceuta. Pero la tensión en los
jóvenes soldados ante la trascendencia del atentado hizo que uno de ellos
decidiera hablar con el coronel jefe del cuartel para informarle de la trama.
Éste, alarmado, avisó al cuerpo de guardia y echó por tierra el complot horas
antes de que Franco llegara. Las detenciones no tardaron en sucederse y, según
se detalló en el consejo de guerra, el total de acusados fue de más de 50
militares y civiles.
La Guardia Civil se hizo cargo de
los detenidos, quienes, custodiados por la legión, fueron trasladados a unos
viejos barracones para tomarles declaración. Así lo recuerda uno de los
supervivientes, el anarquista Sánchez Téllez: «Entré en un pequeño despacho sin
ventanas y un brigada me tomó la filiación y comenzó a interrogarme.Aún no
había terminado la primera pregunta cuando sobre mi espalda sentí un golpe de
vergajo. Para que me recuperara me echaban agua de un botijo, pero yo lo negaba
todo».
Hasta las tres de la madrugada
del 20 de julio los acusados estuvieron en los barracones declarando. Más tarde
los hicieron subir a un camión, los colocaron de rodillas y los trasladaron a
la fortaleza-prisión militar del Monte Hacho, también en Ceuta.
El 26 de julio empezaron los
autos de procesamiento. El juez teniente coronel Ramón Buesa fue tajante en su
exposición: «Según se desprende de lo actuado entre algunos cabos y soldados
del Regimiento de Infantería, existía complicidad para la organización de un
movimiento sedicioso con el fin de atentar contra la vida del excelentísimo
señor jefe de las Fuerzas Militares Francisco Franco Bahamonde».
En la madrugada del 21 de enero
de 1937, cuando aún no se había celebrado el consejo de guerra, una patrulla de
falangistas llegó a la fortaleza del Hacho. Con total impunidad, sacó de sus
celdas a los cabos Veintemillas y Marcos. Horas después sus cuerpos yacían, con
un tiro en la cabeza, en el depósito de cadáveres del cementerio, donde fueron
enterrados en una fosa común.
JUICIO SIN TESTIGOS
JUICIO SIN TESTIGOS
Dos meses más tarde, todos los
detenidos fueron trasladados al Cuartel de Sanidad, donde tuvo lugar el consejo
de guerra. Lo presidió el teniente coronel Ricardo Seco. El juez permanente
teniente coronel Buesa dictaminó el veredicto de culpabilidad.«Fue un juicio
aparente, sin testigos ni nada», cuenta Téllez. «Lo que más me quedó de la
sentencia fue que el juez se levantó de su asiento y, con voz ronca y odio, nos
dijo: "No sois españoles, sois todos unos cobardes traidores a la
patria", a lo que el cabo Rico replicó: "Juré defender una España
democrática y la defiendo porque soy español; los traidores a la patria sois
vosotros"».
El epílogo de esta inédita
conjura lo pone la muerte de un grupo de militares fiel a la República y que
esperaba que con la muerte de Franco en su acuartelamiento se detendría la
sublevación de sus mandos. Podría haber cambiado la Historia de España, pero lo
único cierto es que, en la madrugada del 17 de abril de 1937, fueron fusilados
el sargento Garea, los cabos Rico, Carrasco y Lombau y el soldado Navas. La
ejecución fue obra de un piquete del Grupo de Regulares de Ceuta en el exterior
de la fortaleza del Monte Hacho, situada en la Puerta Málaga.
Francisco Sánchez Montoya es
miembro del Instituto de Estudios Ceutíes y autor de «República y Guerra en
Ceuta y Protectorado»
LAS CLAVES:
EL ALZAMIENTO
17 y 18 de julio. El asesinato
del político José Calvo Sotelo, el 13 de julio de 1936, impulsó a Franco a
adelantar el golpe que se preparaba para finales del mes. El 17 se rebeló el
Ejército de Africa, y ésta fue la señal para la sublevación general de los días
18 y 19.
LA TRAMA
En el cuartel. El día en que se
alzó el Ejército, cuatro cabos leales a la República del cuartel del Regimiento
de Infantería del Cerrallo nº 8 de Ceuta (a la dcha., lo que queda de él)
planearon frustrar el pronunciamiento asesinando a Franco mientras pasara
revista a las tropas el día 18.
EL FRACASO
Detenidos. Un soldado reveló al
coronel jefe del regimiento los planes de los cuatro cabos horas antes de que
Franco llegara al cuartel. Se detuvo a más de 50 personas entre militares y
civiles mientras el pronunciamiento se extendía por ciudades de la Península.
LA SENTENCIA
Fusilados. Finalmente fueron
procesados 41 hombres: dos de ellos fueron ejecutados por patrullas falangistas
antes de que se celebrara el consejo de guerra; cinco fueron condenados a morir
fusilados; ocho, a cadena perpetua; 13, a penas de cárcel y 13 fueron
absueltos.
LA REPRESION
Víctimas. Los siete fusilados no
fueron las únicas víctimas de la represión en Ceuta. Entre 1936 y 1944 hubo 248
represaliados en la ciudad. Algunos estudios apuntan que en toda España, la
cifra de represaliados por ambos bandos durante la guerra y la posguerra fue de
unos 190.000.
EL OTRO INTENTO
Kim Philby. El corresponsal de
The Times en la guerra civil trabajaba desde 1933 para el servicio de
inteligencia de la Rusia de Stalin y planeaba en secreto el asesinato de
Franco. Ironías de la Historia, el general condecoró a Philby por sus crónicas
en favor del bando nacional.
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