Las baterías en la cordillera de Santa Cruz, que permitían dirigir el tiro de los cañones de San Andrés y el Bufadero. Foto José Luis González
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El Barranco de Santos guarda siete depósitos
de combustible de 80.000 litros cada uno realizados hace 67 años para
proteger a la ciudad ante el riesgo de una invasión aliada
La Opinión de Tenerife - 02.04.2013
Han pasado 67 años desde que el Ejército
español comenzara a construir el último cinturón defensivo de Santa
Cruz de Tenerife. Aquella armadura hecha en los primeros años de la
dictadura franquista para proteger Tenerife de una eventual invasión por
las fuerzas aliadas en la II Guerra Mundial estaba hecha principalmente
de hierro y todavía se conserva en pie, oculta a la vista. Tal es así
que la mayoría de los santacruceros ni siquiera sabe que existe.
Costó
3.200.000 pesetas, 18.000 euros de hoy y una fortuna para la época,
poner en pie el fortín en el Barranco de Santos. Se tardó tres años en
terminarlo y en ese tiempo, el peligro que justificó su construcción se
había disipado hasta el punto de que nunca llegó a utilizarse. La
defensa chicharrera se hizo bajo la premisa de poner a salvo un preciado
y básico bien: el combustible. De acuerdo con la información del
Archivo Militar Intermedio de Canarias, los ingenieros militares
consideraron que la protección del Archipiélago canario requería
asegurar el suministro de combustible dado el creciente volumen de
consumo en las Islas y las necesidades del propio Ejército.
La
Refinería, que abastecía de combustible tanto al Archipiélago como a la
Península, hacía especialmente vulnerable a Santa Cruz de Tenerife. De
ahí que el Mando Económico y Militar del Archipiélago, creado en el
verano de 1941 y que concentraba en un mando único a los tres Ejércitos,
decidiera fortificar las posibles zonas de desembarco. Por eso, los
túneles del cinturón defensivo de la capital tinerfeña está compuesto de
siete depósitos con capacidad para 80.000 litros de fuel cada uno y al
abrigo de bombardeos.
No se trataba de un temor infundado. Existen
documentos que avalan la existencia del peligro. Estos legajos
históricos revelan que, una vez estalla la II Guerra Mundial, los
aliados planifican en 1940 una operación para ocupar militarmente el
Archipiélago canario. Se trataba de una invasión capitaneada por el
Reino Unido bautizada con el nombre de operación Pilgrim.
Además,
hay constancia de que durante la II Guerra Mundial, la capital tinerfeña
fue sobrevolada por aviones americanos con base en Kenitra (Marruecos)
en actos que constituían una violación del espacio aéreo español. De
hecho, estas operaciones fueron contestadas por el fuego antiaéreo de
las Islas. Desde Tenerife hubo un total de 41 acciones de fuego
antiaéreo. Dos reflectores, situados en la montaña del barrio de La
Alegría y enfrente de la sede del actual Instituto Oceanográfico de
Canarias apoyaban estas acciones.
Fue ante el sonido de los
tambores de guerra que la autoridad militar decidió fortificar las Islas
concentrando el esfuerzo fundamentalmente en Gran Canaria y Tenerife.
Inglaterra había agrupado a unos 5.000 hombres y los barcos necesarios
en Escocia, por si Franco permitía la entrada de tropas alemanas para
ocupar Gibraltar. Para este plan, denominado Chutney, se planteó la
ocupación de Gando y el Puerto de la Luz. Los británicos se dieron
cuenta de que para ocupar Canarias necesitaban por lo menos 25.000
hombres y se pusieron como fecha para llevar a cabo la ofensiva mediados
de septiembre de 1941. España, sin embargo, consiguió neutralizar la
operación, movilizando el 15 de julio la guarnición de las Islas, dos
divisiones con un total de 25.000 hombres.
Aunque garantizado el
rechazo de una posible ofensiva con efectivos humanos, el mando observó
que sin combustible era imposible resistir un asedio. Por ello, los
ingenieros militares recibieron el encargo de asegurar el abastecimiento
de carburante para hacer funcionar la maquinaria bélica en caso
necesario. Resguardar el combustible bajo tierra, pero en un lugar
accesible fue la solución que dieron y calcularon que tendrían
suficiente con 560.000 litros.
Los siete depósitos de 80.000
litros de capacidad se encuentran en el interior del Barranco de Santos,
al lado de la ermita de La Candelaria. Se hallan a 20 metros de
profundidad y fueron fundidos en la empresa Altos Hornos de Vizcaya, en
el Puerto de Sagunto. Viajaron hasta Tenerife en algún momento de 1945,
ya que la obra para su instalación en Santa Cruz comenzó en febrero de
1946. Por entonces, hacía seis meses que había finalizado la II Guerra
Mundial, pero el proyecto, ya muy avanzado, siguió adelante.
Los
militares buscaron para instalar estos depósitos un lugar que fuese
capaz de soportar el impacto de bombas de aviación de hasta 500 kilos de
peso lanzadas desde 1.000 metros de altura. El espacio ideal era una
galería de agua, de las muchas que abundan en Tenerife.
Pero no
valía cualquier galería. Debía tener unas determinadas dimensiones.
Cinco metros de longitud y tres por tres metros de ancho era el tamaño
adecuado para conseguir que los depósitos estuvieran aislados del
exterior y pudieran circular camiones por el interior.
Según el
proyecto técnico, la instalación requería una ventilación que fuese
capaz de desalojar de inmediato los gases que se generaran en el
interior. Además, precisaba un buen camuflaje. En esta línea, un escrito
de la Comandancia de Obras de Tenerife planteaba que los lugares más
convenientes para la instalación de los citados depósitos eran
"construcciones ordinarias" a las que se les diera "el aspecto exterior
de viviendas con una sencilla pista de acceso", para conseguir así "un
perfecto camuflaje".
Durante el proceso de búsqueda del lugar
adecuado para la instalación de los depósitos, se evaluaron diversos
emplazamientos. Montaña Pacho, San Roque, Pico Colorado, la Montaña de
Ofra, la Montaña de Taco, así como zonas elevadas de La Orotava y
Granadilla fueron algunas de las opciones. Además, los militares
sopesaron colocar fuertes defensivos de este tipo en otras islas. De
este modo, en La Palma se eligió colocar un depósito al norte de la
capilla de Las Nieves; en Gran Canaria, dos en La Isleta y otros dos a
la entrada del Barranco de Guanarteme y a la entrada del Barranco del
Cardón; en Fuerteventura, otro en la carretera de Antigua con el
Barranco de Risco Prieto; y en Lanzarote, en la Montaña de Guatisea.
Los
vecinos de la zona que guardan memoria de las obras que se realizaron
en el lugar refieren hoy cómo los trabajadores dinamitaban la montaña
para hacer hueco a los depósitos. Los trabajos de instalación de los
depósitos de hierro en Tenerife terminaron a principios de 1949, con el
fantasma de la invasión ya muy alejado. Aún antes del fin de la guerra
fría, pero ya con el Muro de Berlín a punto de caer, el Ministerio de
Defensa procedió en 1988 a la desafectación de los terrenos donde se
llevó a cabo esta obra de ingeniería, eliminando con ello la posibilidad
de darles utilidad defensiva.
Acceder a ellos nunca fue fácil. En
la época en que fueron construidos había que sortear lo que iba a ser
el cuerpo de guardia y el habitáculo donde tenía que dormir la
guarnición encargada de su vigilancia. Llegar hasta los depósitos hoy
resulta igualmente difícil, ya que el Ayuntamiento de Santa Cruz tapió
las tres entradas que tenía. Durante un tiempo, antes de que la
administración municipal cerrara el acceso a la galería de los
combustibles, el lugar fue utilizado por delincuentes que desguazaban y
escondían en su interior motos robadas.
Para entrar hoy en la
galería es necesario contar con la ayuda de los bomberos y eso es lo que
hizo la opinión de tenerife para poder visitarla, verificar su estado
actual y escribir de ello. Los bomberos de Santa Cruz, con el apoyo de
un camión autoescala, descosieron parte de la malla que protege a los
turismos de desprendimientos de cascotes en el acceso a la galería. La
única entrada disponible hoy mide unos seis metros de largo, cuenta con
varios escalones y está situada a 12 metros de altura. Al final del
mismo se encuentra uno de los tanques que tiene una altura de tres
plantas y aparentemente se halla en buen estado.
El depósito
cuenta con un cinturón de hormigón anclado por cuatro puntos. El
depósito está protegido por una bóveda de ladrillo rojo y conserva el
encalado, a pesar de la humedad y las filtraciones de agua. Desde la
entrada varias tuberías y llaves conducen hasta uno de los depósitos.
Una escalera de hierro baja hasta los cimientos. Las paredes son gruesas
para soportar el impacto de bombas de aviación de 500 kilos de peso,
como se detalla en el proyecto.
Según los vecinos del lugar, hasta
fechas recientes solía visitar la zona un hombre al que apodaban el
sargento y que vivió varios años en las instalaciones. También recuerdan
que, con las obras, llegaron al menos dos matrimonios peninsulares que
estuvieron residiendo en el lugar unos dos años.
Pasados 64 años
de su finalización, la obra de ingeniería resulta espectacular a la luz
de los focos, más todavía si se piensa en los medios con que se contaba
en aquella época. Tras la visita, las chapas que tapian la entrada
vuelven a su sitio, así como la malla protectora. La maleza, que ocupa
gran parte de las instalaciones llamadas a ser la gasolinera secreta del
Ejército, lejos del mar y de miradas indiscretas, mantiene el cinturón
defensivo de Santa Cruz intacto y camuflado entre el vecindario de lo
que fueron los arrabales de la ciudad.
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