El destructor Almirante Valdés saliendo del puerto de Melilla el 18 de julio de 1936
19/7/2012 Carlos Esquembri - Al sur de Alborán
El 15 de agosto de 1936, el diario malagueño El Popular publicó unas declaraciones de Ángel Guevara, maquinista de la Armada, que fue uno de los lideres de la resistencia de las tripulaciones de los destructores Almirante Valdés y Sánchez Barcáiztegui al intento de sus mandos de unirse a la sublevación militar en Melilla el 18 de julio de 1936.
Al conocerse en Madrid las primeras informaciones del inicio de la sublevación militar en Melilla, el Gobierno ordenó a los destructores Lepanto, Almirante Valdés y Sánchez Barcáiztegui que partieran de su base de Cartagena con rumbo a dicha ciudad. Entre sus órdenes estaba el de bombardear los cuarteles y concentraciones de tropas rebeldes y el interceptar cualquier transporte de tropas que encontraran en su camino.Los destructores se presentaron ante Melilla el 18 por la mañana y mientras que el Lepanto permanecía fuera del puerto, el Almirante Vladés y el Sánchez Barcáiztegui atracaron en el muelle ribera donde, según relata Guevara, ya había algunos legionarios apostados.
La llegada de los destructores cogió por sorpresa a los mandos de la sublevación, sobre todo cuando todavía quedaba algún pequeño foco de resistencia ciudadana en la ciudad. Al final, deciden no interferir en la entrada a puerto de los mismos aunque según escribe Arrarás en su historia de la "cruzada", el capitán Bonaplata era partidario de detener inmediatamente a maquinistas y radiotelegrafistas por considerarlos en su mayoría comunistas y ocupar los buques con tropas de la legión para asegurarse la sumisión de la marinería.
Una vez en puerto y conocidos por los mandos de los buques que la ciudad había caído en manos de los sublevados, se envían a unos oficiales a ponerse en contacto con estos y determinar como actuar para apoderarse de los destructores.
Se decide que unas compañías de legionarios desfilen frente a los barcos mientras se les comunica a la tripulación el inicio de la sublevación y se les conmina a que se unan a la misma. El teniente coronel Gazapo se encarga de arengar o intimidar a las tripulaciones para que se unan a la sublevación pero sus palabras no tienen el efecto deseado sino todo lo contrario.
Según relata Guevara, conocidas las intenciones de los mandos de los destructores, él se encara con el Comandante de su buque y le replica que solamente obedecerán las órdenes del Gobierno. El Comandante del destructor le ordena que baje a tierra y telegrafíe al gobierno y Guevara, que se niega a desembarcar, se abre la guerrera y ofreciendo el pecho descubierto dice: Mi comandante, a mi se me mata de frente no por la espalda como a un perro.
Este enfrentamiento verbal anima a la tripulación a actuar y deponer del mando del buque a los sublevados que quedan encerrados en la cámara de oficiales. En estos momentos llegan las fuerzas del tercio y aunque algunos marinos quieren enfrentarse a los legionarios, Guevara lo impide considerando que estaban en inferioridad de condiciones y fingen que se unen a la sublevación. Los legionarios, según El Telegrama del Rif, llegan a desfilar frente a los destructores al grito de Viva la República y Viva el Ejército, mientra que Arrarás escribe que al notar movimientos extraños en los buques los legionarios se desplegaron y parapetaron en previsión de lo pudiera ocurrir. Guevara por su parte dice que los legionarios se acercaron a los buques dando vivas a los marinos y agitando al aire fusiles y gorros. Un teniente coronel y un comandante les felicitaron por la actitud tomada y se marcharon.
Ganada momentáneamente la confianza de las fuerzas sublevadas, las tripulaciones de los destructores aprovecharon para desatracar y salir del puerto de Melilla. Teniendo en cuenta que los oficiales y los comandantes de ambos buques estaban detenidos, esta maniobra se hizo de forma poco hábil y el Almirante Valdés al salir dando atrás del atraque acabó tocando con la popa en el espigón de la bocana del puerto de donde pudo salir por el cabo de remolque que le dió el vapor Monte Toro, llegado en la mañana de ese día con tropas de la legión desde Alhucemas. El Monte Toro también aprovechó la ocasión para abandonar Melilla.
Los destructores llegaron a Málaga donde los mandos que intentaron unirse a la sublevación militar quedaron detenidos y sometidos a consejo de guerra junto con otros mandos y oficiales de la Armada acusados del mismo delito. El consejo de guerra dictó once sentencias de muerte que se cumplieron el 21 de agosto de 1936.